Con un mensaje de texto le pedí a Alejandro que me permitiese hacerle un retrato en La Torre de David, donde habría estado fotografiando durante dos meses, hasta casi cuatro veces por semana. Me dijo que sí, que él cuadraba todo, pero que debíamos ir en su carro. ¿Significa entonces que íbamos a entrar en carro? No sólo fuimos en un Renault Twingo rojo, sino que un puesto asignado en la rampa número seis, de diez en total, nos esperaba.
Caminamos, subimos y bajamos, pasamos puertas pequeñas, rejas con cerrojo y vistas sin barandas, sin nada. Uniformes escolares, oficinistas con loncheras y restos de almuerzo, balones perseguidos, lectores de prensa de deportes sobre muros con caídas de más de cuarenta metros, una silla de ruedas. Vértigo.
Buscamos la locación para el retrato autorizado. Grupos de hombres jóvenes conversando mientras fuman en esquinas oscuras nos observan de reojo y entonces pienso; lo que uno llamaría "unos carajos ahí", pero sólo lo pienso, es que no me atrevo ni a hablar. La Torre de David es oscura, no es una ciudad dentro de una ciudad, es un país vertical dentro de otro, sin acabar y sin forma reconocible, con el acento del que se admite fuera del orden pero dentro de la ley, la propia.
Un gato yace en posición de coleto exprimido, así, retorcido. Está vivo. Se cayó de no se sabe qué piso y lo llevaron al veterinario para ver si era posible salvarlo; es imposible. El tratamiento ofrecido es "dormirlo", pero no hay dinero, no hay real para hacer eso. La opción es lanzarlo de nuevo. Nadie se atreve.
Hacerle un retrato a un fotógrafo es una pesadilla, es operar a un médico. No quieres tener que hacerlo, algo va a salir mal. El radio del flash se quedó encendido en la última foto y ahora no emite señal, lo necesito, ilumino la luz que no entiendo. No tengo pilas, no funciona, no dispara. Estoy en el único edificio que despierta morbo en Caracas y no dispara el flash. Las novatadas te persiguen hasta el último de tus días. Alejandro va y compra unas pilas en una de las tantas bodegas de la torre. Mientras, me quedo solo, espero, veo, me ven, me ignoran, no soy novedad aunque no luzco autóctono.
Disparo con la Fuji X100, me siento inseguro, fotográfica y personalmente, mi retratado está tranquilo. Lo saludan con familiaridad aunque sin nombre, él es "el fotógrafo", a secas; reparte ejemplares del Últimas Noticias en el que salió publicado su trabajo fotográfico. No hay reclamo alguno, por eso puede volver, sólo le dicen que el blanco y negro los hace ver marginales, sólo eso, les hace ver marginales.
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En las entrañas de la Torre de David, crónica y fotografías de Alejandro Cegarra, está disponible en la web de Últimas Noticias. El 21 de noviembre a las 8:00 de la noche, Cegarra ofrecerá una charla sobre este trabajo en la sede de RMTF.
Con el perdon por adelantado, que boludo Roberto; meterse a la torre David a hacer fotos no es jugar carritos. Mi sincero respeto.
ResponderEliminarGracias por compartir este extracto. Muchos saludos y quiera Dios que todo este bien por tus lados.
Y disculpa, pues estas computadoras Imperiales no saben nada de acentos.
Pana, se siente la tensión en cada palabra.
ResponderEliminarUyy...que valientes!....
ResponderEliminarno se si es una pérdida que no seas escritor. interesante retrato!
ResponderEliminarCreo q tuvieron la protección de Dios.... q feo... al empezar a leer es como una pelicula de suspenso esperando el final... Gracias a Dios todo bien... cuidense de tantos riesgos.... Un gran abrazo a estos atrevidos jovenes..
ResponderEliminarQue grande este chamo, grande el maestro
ResponderEliminarQuién dijo que RM no es escritor!!! Es tan buen escritor como lo es como fotógrafo. Sobran las demostraciones.
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