lunes, 1 de julio de 2013

"Instagram, o mi vuelta a la Hasselblad", por Roberto Mata


Yo vengo del mundo de la película, el de esperar, confiar, angustiarse, fallar. Me tomó un rato aceptar el ámbito digital y su inmediatez (útil y, a su vez, estímulo principal para la indisciplina).

Me hice retratista quizás por comodidad, por hablar mucho, por curioso, por querer siempre saber acerca del otro, por rebeldía. Decidí (porque pasé años decidiendo cosas) que los retratos, mis retratos, debían ser en formato cuadrado. Para eso me empeñé y empeñé todo lo que tenía en comprar una Hasselblad.


Hoy en día pareciera que no existe una cámara digital con el peso en la vida de un fotógrafo como fue la Hasselblad durante muchos años. Todos sabemos que las cámaras pasaron a ser un consumible, un modelo por temporada, lo que se esté llevando, cámaras para verano, cámaras para primavera. La Hasselblad me hizo sentir y creer fotógrafo y, de la misma manera, terceros se creyeron el cuento. Una vez todos creyentes, la vida de este personaje se hizo más fácil.

Un retrato en este formato, cuadrado, lo más cuadrado que uno se pueda imaginar, implica, al menos, un rollo de doce cuadros. No existe vertical ni horizontal, por lo tanto, no se gira nunca la cámara, es una suerte de tótem, pesada, robusta y siempre, desde que la inventaron, de aspecto circunspecto. 

Mis retratos, por casualidad o cábala, resultaron en la mayoría de los casos el número tres o el once. La cuenta está clara: El tres, cuando el retrato estaba tan resuelto que era cuestión sólo de dispararlo, y once, cuando el pacto y la complicidad necesitaban del aceite del carisma. Doce cuadros para resolver un retrato, especie de norma romántica, imposición personal e inmadura que sólo añade estrés, siempre necesario, desde mi visión fotográfica, al proceso.

Apareció el digital y con él la incontinencia fotográfica. ¿Cómo recuperar el proceso alquimista con la producción en serie de imágenes carentes de reflexión y sobrepeso en discos duros? Regla número uno (porque nada como una regla y preferiblemente de autoría propia): Si las tarjetas ya van por 4GB, voy a usar una de 512, es decir, medio giga, una compra moderada en el mundo desenfrenado del píxel. Si la tarjetas aumentan su capacidad almacenadora a 16GB, yo limito mi existencia a 1GB.

Ahora que la fotografía se codea con la tan masculina manera de medir todo en caballos de fuerza, revoluciones por minuto, pies, pulgadas, cilindros, Etc., la idea, la necesidad de limitar el número de cuadros lo mas posible, luce, con frecuencia, sospechosa. ¿Sirvió? Difícil saberlo. Pero toda esta introducción es sólo para llegar a Instagram, o mi vuelta a la Hasselblad.

Es cuadrado, no hay vertical y sustituyo el revelado, y su angustioso proceso, por la nueva norma de un solo disparo. Salga sapo, salga rana. Y entiendo que, en definitiva, mi relación con el retrato es de masoquismo, de presión, de castigo, de reto mal entendido, de amor-odio.

Hacer fotos con un teléfono es fácil, es un teléfono. Qué fácil es hacer fotos con un teléfono, suele decir más de uno. Qué difícil es hacer fotos con un teléfono, es difícil, es un teléfono. Eso lo reconocen pocos.

Me entiendo con Instagram porque me invita a concentrarme como cuando hacia mis retratos con la formalidad del cuadrado y la estabilidad de un trípode. Me atrae la idea de que una vez esclavo del mismo, mi trabajo forzado sea retratar. Me entretiene la idea de que hacer fotos con un celular nos hace lucir igual de torpes a todos, nadie se ve como nos han enseñado deben parecer los fotógrafos, Hollywood por medio. Me gusta porque la gente desconfía del celular haciendo de cámara, sin torta o playa de por medio. Me gusta porque con los teléfonos se hacen fotos, no retratos.

9 comentarios:

  1. Qué momentos tan geniales estamos viviendo Roberto, donde podemos saborear tantas cosas novedosas y degustar y digerir lo que realmente nos gusta, reconociendo la verdadera esencia...amo la película y la tecnología pero anhelo los momentos controlados de pocos clic...de lo bueno poco.

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  2. Como disfruto este blog... Un abrazo Ro!

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  3. Fluir sin ningún fin ese es el pensamiento

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  4. "To be, or not to be"... Siempre es divertido e interesante leerte. Dichoso tu conoces lo mejor de los dos mundos eso es lo bueno de los 40 ! pero eso si, nunca quedarse en el aparato es el lema, el mundo avanza y nosotros con el.

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  5. yo descubrí la fotografía analógica a los 30 años ( hoy en dia tengo 31) y les digo que prefiero mil veces una cámara hassenblad o Mamiya que el instagram . soy un viejo joven en ese aspecto jejej , pero la magia que tiene la fotografía analógica no tiene comparación

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  6. Jamás dejé la película, todavía tengo dos tortas de ilford hp5 y mis respectivos sobres de D76 y fixer... Importado de Photomatón (caracas, Venezuela). Vivo en cali Colombia y el último laboratorio (por mi zona)que revelaba película lo dejó de hacer en Diciembre. La gente lo mira raro a uno... "y esos rollos todavía los fabrican???" jeje, es el comentario típico. Claro que el instagram no deja de ser divertido... saludos!!!!

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  7. "porque nada como una regla y preferiblemente de autoría propia", totalmente de acuerdo, entre otras cosas de este post.

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  8. Y ahora después de haber leído esto, con más ganas de hacer película!
    Lo sabroso del digital es que está ahí, en el momento, no hay que esperar, es inmediato y puedes ver mientras creas, en cámara o en cel. Me encanta lo que sucede con Instagram y poder ver el abordaje de los fotógrafos, profesionales o no.
    Tengo la espinita de "Y cómo se hace todo esto sin pantallita?" Oh, oh! Me gustaría aprender a no disparar tantísimas veces. Bien lo decía Cartier-Bresson en una entrevista que leí recientemente cuando le preguntaban sobre su decisión al disparar, sobre el momento: “Yes. Yes. Maybe. Yes. But you shouldn’t overshoot. It’s like overeating, overdrinking."
    I'm overshooting. Tarea pendiente!
    Les dejo el link de la entrevista:
    http://lens.blogs.nytimes.com/2013/06/21/cartier-bresson-there-are-no-maybes/
    Saludos,
    Nairoby.

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  9. Gracias por esta reflexión, que me transporta a mis años de fotografía química. No llegué a tener una Hasselbad, pero sí una Mamiya de formato medio. A lo que siguió un patón de veintitantos años. Hasta que tropecé con Instagram. Y a partir de ahí, recuperé mi olvidada vocación. Ahora me dedico en exclusiva a la fotografía. Y las redes, me ayudan a dar a conocer mi trabajo. Instagram ha hecho mucho por la fotografía. Sus usuarios se sienten fotógrafos y comparten felices sus pequeñas obras con miles de usuarios. Pero no hemos de olvidar que tomar una foto que forme parte de la memoria visual, como por ejemplo de la niña afgana de ojos verdes de Steve McCurry, no está al alcance de todos.

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