I. Carmen
La vergüenza no le impidió a Carmen enamorarse de José Bernardo, y viceversa. Desde Alemania, entre los Goering, Bellerman, Moritz, Ferdinand y Appun, llegaron los Lehrmann, cuya descendencia se ubicó entre La Colonia Tovar y La Victoria, dispuestos a construir un nuevo comienzo en el lejano suelo caribeño, cerca de 1843. No es un secreto el fuerte carácter endogámico y la promiscuidad en las relaciones dentro de un grupo étnico que llega a un lugar nuevo y se aísla. –Busca marido dentro de la comunidad -le dijeron a Carmen. Carmen no hizo caso. Carmen se enamoró de José Bernardo, y viceversa. Pero Carmen era víctima de la mycobacterium leprae, como muchos de sus iguales; la lepra era un problema endémico.
No era de mujeres de la época tener amores sin casarse, menos tener estirpe. Menos con lepra. Pero Carmen y José Bernardo son uno solo, se aman, se adoran. Conviven, excluidos de los ojos del mundo, no sólo intercambian fluidos, amor, conversaciones. También bacterias. José Bernardo tiene ahora lepra.
Carmen la leprosa y su panza fecunda y leprosa, incurable, son enviadas a La Guaira, al leprosorio, al leprocomio, al lazareto por San Lázaro, de Cabo Blanco. Ahí vegeta, deambula, con el niño que crece en su vientre, por los pasillos, entre los mutilados, los brotados, los carcomidos. Ahí nace su hijo, padre de mi padre, a quien no verá más. Marcos es arrebatado a Carmen y puesto bajo cuidado de Benigna, parte por vergüenza, parte por castigo, por puta, por enferma, por amor.
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